¿CÓMO MARX Y ENGELS DIVIDEN LA HISTORIA?✨aulamedia Historia

OTRO MODO DE DIVIDIR LA HISTORIA

Imagina por un momento que todo lo que aprendiste sobre la historia estuviera contado desde un solo punto de vista. Guerras, batallas, reyes, presidentes, imperios… siempre los mismos protagonistas: los poderosos. Pero, ¿qué pasaría si existiera otra forma de contarla? No desde los grandes nombres, sino desde cómo producimos, trabajamos y nos organizamos como sociedad.

Eso fue lo que propusieron Karl Marx y Friedrich Engels: una manera revolucionaria de dividir la historia, no en fechas y conquistas, sino en modos de producción. Para ellos, entender cómo los seres humanos obtenemos y distribuimos lo necesario para vivir es la clave para comprender la evolución de las sociedades.

La comunidad primitiva

El viaje comienza en la comunidad primitiva, en los tiempos del paleolítico y neolítico. Aquí no existían presidentes, ni reyes, ni gobernantes. Los primeros grupos humanos vivían en comunidades pequeñas donde la supervivencia dependía de la cooperación. Se cazaba, pescaba, recolectaba y más tarde se cultivaba en conjunto.

No había jerarquías sociales ni propiedad privada. Si alguien cazaba un animal, la presa se repartía entre todos. La naturaleza imponía las reglas y todos dependían unos de otros. Era una sociedad sin clases, donde lo colectivo estaba por encima de lo individual.

La sociedad esclavista

Con el paso del tiempo, la producción empezó a generar excedentes. Y alguien se preguntó: “¿Por qué trabajar yo, si puedo obligar a otro a hacerlo por mí?”. Así nació la sociedad esclavista.

En la Antigüedad, imperios como Grecia y Roma se levantaron sobre millones de esclavos. Mientras unos disfrutaban de lujos y poder, otros eran considerados propiedad. La historia ya no era una lucha contra la naturaleza, sino entre seres humanos. La famosa democracia ateniense, por ejemplo, solo fue posible porque detrás había esclavos sosteniendo la economía.

La sociedad feudal

Con la caída de Roma, Europa entró en la Edad Media y surgió la sociedad feudal. La tierra se convirtió en el centro de la vida económica. Quien poseía tierras tenía poder.

Los señores feudales dominaban, mientras que los siervos trabajaban sus campos. No eran esclavos, pero tampoco eran libres: estaban atados a la tierra y al pago de tributos. La jerarquía social era rígida: reyes, nobles, clero… y en la base, la mayoría campesina. Este modelo duró siglos y marcó profundamente la historia europea.

La sociedad capitalista

Con la Edad Moderna y la Revolución Industrial, el mundo cambió radicalmente. Apareció la sociedad capitalista. La producción dejó de depender de esclavos o siervos, y nació la mano de obra asalariada.

Un trabajador vendía su fuerza de trabajo a cambio de un salario. La sociedad se dividió en dos clases principales: los burgueses capitalistas, dueños de fábricas, tierras y capital, y los obreros, que dependían de su sueldo para sobrevivir.

Las fábricas del siglo XIX son un buen ejemplo: largas jornadas de 12 o 14 horas, sueldos miserables y enormes fortunas acumuladas por unos pocos. El capitalismo trajo avances tecnológicos impresionantes, pero también desigualdades enormes.

La sociedad comunista

Para Marx y Engels, la historia no debía terminar en el capitalismo. Ellos imaginaron una etapa futura: la sociedad comunista.

En ella no existiría propiedad privada de los medios de producción, ni clases sociales. La producción estaría destinada al bienestar colectivo. Sería una sociedad sin explotación ni desigualdades.

Aunque hasta hoy esta etapa no se ha materializado plenamente, la idea sigue siendo un horizonte que genera debates, sueños y polémicas.

Una mirada distinta

Lo que Marx y Engels propusieron fue ver la historia no como un calendario de batallas, sino como un proceso de lucha de clases, marcado por cómo producimos y nos organizamos.

Desde la comunidad primitiva hasta el capitalismo, cada modo de producción moldeó la cultura, la política y las formas de vida. Y lo más interesante es que esta visión no solo habla del pasado, también nos invita a pensar en el presente y en el futuro.

Porque la pregunta sigue vigente:

¿Cómo producimos hoy?

¿Qué desigualdades nos dividen?

¿Qué tipo de sociedad queremos construir mañana?

La historia no está escrita en piedra. Cada generación tiene la capacidad de transformarla.